Nuestras relaciones nos definen. Nos pueden hacer sonreír o llevarnos por la calle de la amargura. Tienen el potencial de darnos lo que más queremos o lo que más odiamos. Por ejemplo, una experiencia de amor o de aflicción. Las relaciones pueden herirnos fácilmente. ¿Cuántas veces hemos escuchado la expresión de que el amor duele? Estar herido es estar con miedo. Esta aprensión cautiva nuestras mentes y nos conflictúa. Ponemos condiciones, reclamaciones, trampas…La verdad, es que queremos que el otro sea una extensión de nosotros mismos y cubra nuestras inseguridades. ¿Es esto posible?
La libertad en las relaciones sólo es posible cuando hay libertad interna. Cuando dejamos de movernos de la codependencia a la independencia exagerada. Es decir, la libertad, es un estado interno sin culpa, enojo, tristeza, apego, dolor. Es ser libres de la necesidad de complacer a alguien y conscientes de nosotros mismos. Es solamente en la libertad, que el amor nace. Así que no estoy de acuerdo con la expresión de que el amor duele. En el amor no hay miedo ni culpa, ni lamentos. Tampoco la obsesión con uno mismo. En el amor no hay miedo de ser juzgado por el otro. Hay una apertura, un total darse a sí mismo. El amor es conexión, es inclusividad.
La experiencia de la conexión, de la compasión, del gozo, de la espontaneidad, de la autenticidad es lo que es la libertad en las relaciones y nace de la consciencia. Nos puede sanar y traer autoaceptación. Todo esto impulsa nuestra alegría y propósito en la vida.
Namasté