Vida Plena

 

El dolor no es nuestra identidad. Si bien como seres humanos experimentamos dolor, no tiene porqué aprisionarnos el concepto de la desgracia y la aflicción.

Podemos desarrollar la capacidad de observar al sufrimiento en lugar de identificarnos con él. Saber esto, genera paz y fortaleza. Aunque estemos experimentando dolor, está en nosotros la posibilidad de atender el hecho doloroso, tal como acontece, aceptándolo y cuidándonos con un gesto amoroso y tierno que nos sostenga.

Es importante recordar que el dolor surge y se desvanece. Cumple un ciclo. Es la mente que retiene el agravio y puede sostenerlo años y sufrir por ello. Por tanto, educar a la mente es fundamental. La meditación es una herramienta milenaria que ha ayudado a millones de personas a desapegarse de la sobre identificación con el dolor, que nos quita poder de elección y felicidad.

Darse cuenta de lo que ocurre en el momento presente nos permite ser más proactivos y dejar atrás la impulsividad y la mecanicidad.

Por esta razón, es imprescindible que tomemos conciencia para limpiar nuestras memorias dolorosas. Hay diversas terapias para ello, como patrones de resonancia, mindfulness y sesiones psicológicas.

Las actitudes que se cultivan al meditar en Casa Paz ayudan a generar: amor, paciencia, gratitud, fortaleza, resiliencia y crecimiento.

Aprender a través del amor, en vez del sufrimiento es el gran aprendizaje de la humanidad.

La vida planetaria ha estado cambiando hacia una nueva vibración donde las creencias de dolor, escasez y muerte se están transformando. Entrar al nivel de la vivencia, comprensión y consciencia de amor, unidad y abundancia es el giro a tal crecimiento.

Imagina que la atención esté centrada en buscar los puntos de convergencia, unidad y sincronía que nos permitan entender la complejidad del universo como un solo ser. Y dejar atrás la competencia, las críticas, la violencia, la manipulación, la avaricia y la visión del rendimiento que nos fatiga.

Podemos hacer estos cambios en nuestros campos de energía individualizados, en nuestra psiquis; que asumamos la sanación de nuestras heridas del alma para que, como entes encarnados, podamos alcanzar una vibración armoniosa que contribuya al campo vibracional en general del planeta Tierra.